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La memoria de los lápices continua escribiendo futuro

 Aquí, /en los naufragios de setiembre,
la vida caudalosa monta guardia.

Armando Tejada Gómez

Para un sector de la juventud de los ´70, cambiar el mundo no era una utopía sino una realidad que se construia colectivamente. Habían crecido en una Argentina de cambios y resistencias, la militancia estudiantil era parte de su hacer cotidiano. Por ello, cuando los genocidas usurparon el poder en marzo del ´76, la represión contra los y las jóvenes fue tan feroz y despiadada. Apuntó a terminar con el alto nivel de participación política en los centros de estudiantes y en las agrupaciones políticas.

Hoy se recuerdan los 39 años de uno de los sucesos mas emblemáticos de esa etapa oscura, cuando el 16 de septiembre de 1976, se produjo el secuestro y la desaparición forzada de un grupo de jóvenes militantes secundarios de la ciudad de La Plata y alrededores. Tenían entre 14 y 18 años, se los llevaron porque habían hecho algo, ya sea comprometidos con una organización o por solidaridad pura y llana habían salido a las calles a reclamar por mucho más que el boleto estudiantil, que simbólicamente representaba defender el derecho a estudiar, salieron a luchar por la dignidad de elegir un futuro.

Los militares genocidas, sus socios civiles y religiosos actuaron bajo la consigna de devolver a nuestro país al mundo occidental y cristiano, para volver a la senda de grandeza que en su momento había planificado la elite de la “Generación del 80”, como bien lo marca Osvaldo Bayer, se autodenominaron adalides del Proceso de Reorganización Nacional, y repitieron las atrocidades de antaño, perfeccionados por la escuela francesa de tortura y el aval del, luego Premio Nóbel de la Paz, Henry Kissinger a cargo del Departamento de Estado de EEUU quien recomendo a los generales argentinos resolver el problema de los insurgentes antes del inicio de sesiones del Congreso Norteamericano en 1977, para evitarse tener que recibir un regaño de los yankis por las supuestas violaciones a los derechos humanos.

Con vía libre para actuar, la represión arrasó fábricas, colegios, universidades, en un plan sistemático que apenas se puede vislumbrar por testimonios de sobrevivientes, pero que no necesariamente puede asimilar el conjunto de la sociedad por el espanto que provoca. Con el nombre de “Guerra Sucia” pretendieron justificar el horror e invisibilizar a víctimas y victimarios, finalmente eran soldados y sabían que estaban violando hasta sus propios códigos.

Con la complicidad de las corporaciones mediaticas que ponían en tapa las victorias del gobierno frente a la subversión, mientras silenciaban los reclamos de Madres y Familiares, avanzaron como perros de presa. Hoy, luego de los Juicios se van conociendo sus nombres y sus actuaciones, así sabemos que en La Plata en el 76, el poder lo ejercía el general Ibérico Saint James, quien anunciaba que “Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, luego a los indiferentes y por último a los tímidos”. También que los operativos para secuestrar a estudiantes secundarios estuvo a cargo del general Ramón Camps y su mano derecha era el comisario Miguel Etchecolatz.

Se calcula que fueron más de 250 chicos y chicas, entre 14 y 18 años secuestrados/as y que permanecen desaparecidos/as. Se los recuerda el 16 de septiembre, fecha en la que secuestraron a Daniel Alberto Racero, Marìa Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Claudio De Acha, Horacio Ungaro, que permanecen desaparecidos/as y Pablo díaz, Gustavo Calotti, Emilce Moler y Patricia Miranda, quienes sobrevivieron para que la memoria colectiva tenga presente a las víctimas de “La noche de los lápices” y también las verdaderas razones de su lucha.

Eran jóvenes que formaban parte de la Unión de Estudiantes Secundarios -UES-, la mayoría militaba en organizaciones políticas y habían decidido continuar sus acciones pese a que en La Plata, ya habían comenzado sus tareas los parapoliciales de la Triple A que, en diciembre del 75 asesinaron a Ricardo Arturo “Patulo” Rave, a quien Gustavo Calotti recuerda como “el alma mater del UES de La Plata, impulsando a sus compañeros y compañeras a organizarse en cada colegio y del colegio al barrio y de ahí a la zona hasta que se formó la Coordinadora de Estudiantes Secundarios que nucleaba a miles de todos lados”.

No había candor, había compromiso, Jorge Falcone, expresa que “Mi hermana no era una chica ingenua que peleaba por el boleto estudiantil. Ella era toda una militante convencida[…].Ni María Claudia ni yo militábamos por moda. Nuestra casa fue una escuela de lucha. […]La construcción ideológica de María Falcone y de quien les habla no fue libresca.[…]Nadie nos usó ni nadie nos pagó. No fuimos perejiles como dice la película de Héctor Olivera… fuimos a la conquista de la vida o la muerte”

Luego del secuestro, llegó la tortura, los abusos, las violaciones, principalmente en el centro clandestino de detención conocido como “Pozo de Arana”. De allí pasaron a la División de Investigaciones de Banfield, tristemente célebre como el “Pozo de Banfield”. Según el testimonio de Pablo Díaz “Nosotros, en el Pozo de Banfield, éramos adolescentes que teníamos a nuestro cuidado mujeres embarazadas. En el período en que nosotros estuvimos, desde septiembre a diciembre de 1976, fuimos testigos de tres partos. A nosotros, que teníamos entre 15 y 17 años, nos ponían en un calabozo con una compañera embarazada a punto de dar a luz y cuando ellas empezaban con trabajo de parto teníamos que golpear fuertemente la celda. Estábamos en el tercer piso y hoy se sabe que en el segundo piso de donde estábamos nosotros estaba la sala de parto del médico (Jorge) Bergés. Tuvimos tres situaciones de ésas. Golpeábamos la celda, las venían a buscar y después escuchábamos el llanto del bebé. Nosotros, tanto los adolescentes que estábamos en el traslado final como las mujeres embarazadas, a las que el único cuidado apuntaba a lo que tenían dentro de la pancita, éramos residuos. Como tales, éramos mantenidos. No teníamos un destino presupuesto”.

Pasaron casi 40 años, en 1983 regresó la democracia, pero la justicia se tardó mucho más tiempo, luego del Juicio a las Juntas en 1985 se pretendió cerrar este capítulo atroz, a través de la teoriá de los dos demonios, las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los militares y sus cómplices pretendieron terminar sus dias impunemente. Pero, los y las sobrevivientes volvieron para contar su verdad, la obstinada resistencia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y la voluntad política de seguir manteniendo viva la memoria, finalmente llevo al banquillo de acusados a los genocidas y por retazos vamos reconstruyendo el proyecto de sociedad que soñaron nuestros 30000.

Hoy existe la Ley de Centros de Estudiantes, Ley N° 26.877, que reconoce el derechos de las y los estudiantes a organizarse, con el objeto de fortalecer una dinámica donde todas las voces sean escuchadas, donde todas las voces tengan representación. Tambíen, en algunas provincias existe el Boleto Estudiantil, que en Río Negro, desde UnTER, junto con organizaciones estudiantiles y sociales proponemos universalizar. En definitiva, los Centros de estudiantes, el boleto estudiantil son un derecho, que hay que hacerlos valer. En esa taréa estamos, enseñando y aprendiendo el valor de la democracia, de la organización para la construcción colectiva, porque como dice Emilse Moler, nuestra victoria no fue sobrevivir, nuestra victoria es mantenernos enteros, de pie para que los lápices sigan escribiendo”.

Gral. Roca – Fiske Menuco, 16 de septiembre de 2015.

Luis Genga, Sec. de Derechos Humanos, Género e Igualdad de Oportunidades
María Inés Hernández, Secretaria de Prensa, comunicación y cultura